Spanish Reading Selections: Federico Garcia Lorca – Bodas de Sangre
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Federico Garcia Lorca Bodas de Sangre (selección) |
CUADRO PRIMERO Novio: (Entrando) Madre. Madre: ¿Que? Novio: Me voy. Madre: ¿Adónde? Novio: A la viña. (Va a salir) Madre: Espera. Novio: ¿Quieres algo? Madre: Hijo, el almuerzo. Novio: Déjalo. Comeré uvas. Dame la navaja. Madre: ¿Para qué? Novio: (Riendo) Para cortarlas. Madre: (Entre dientes y buscándola) La navaja, la navaja… Malditas sean todas y el bribón que las inventó. Novio: Vamos a otro asunto. Madre: Y las escopetas, y las pistolas, y el cuchillo más pequeño, y hasta las azadas y los bieldos de la era. Novio: Bueno. Madre: Todo lo que puede cortar el cuerpo de un hombre. Un hombre hermoso, con su flor en la boca, que sale a las viñas o va a sus olivos propios, porque son de él, heredados… Novio: (Bajando la cabeza) Calle usted. Madre: … y ese hombre no vuelve. O si vuelve es para ponerle una palma encima o un plato de sal gorda para que no se hinche. No sé cómo te atreves a llevar una navaja en tu cuerpo, ni cómo yo dejo a la serpiente dentro del arcón. Novio: ¿Está bueno ya? Madre: Cien años que yo viviera no hablaría de otra cosa. Primero, tu padre, que me olía a clavel y lo disfruté tres años escasos. Luego, tu hermano. ¿Y es justo y puede ser que una cosa pequeña como una pistola o una navaja pueda acabar con un hombre, que es un toro? No callaría nunca. Pasan los meses y la desesperación me pica en los ojos y hasta en las puntas del pelo. Novio: (Fuerte) ¿Vamos a acabar? Madre: No. No vamos a acabar. ¿Me puede alguien traer a tu padre y a tu hermano? Y luego, el presidio. ¿Qué es el presidio? ¡Allí comen, allí fuman, allí tocan los instrumentos! Mis muertos llenos de hierba, sin hablar, hechos polvo; dos hombres que eran dos geranios… Los matadores, en presidio, frescos, viendo los montes… Novio: ¿Es que quiere usted que los mate? Madre: No… Si hablo, es porque… ¿Cómo no voy a hablar viéndote salir por esa puerta? Es que no me gusta que lleves navaja. Es que…. que no quisiera que salieras al campo. Novio: (Riendo) ¡Vamos! Madre: Que me gustaría que fueras una mujer. No te irías al arroyo ahora y bordaríamos las dos cenefas y perritos de lana. Novio: (Coge de un brazo a la madre y ríe) Madre, ¿y si yo la llevara conmigo a las viñas? Madre: ¿Qué hace en las viñas una vieja? ¿Me ibas a meter debajo de los pámpanos? Novio: (Levantándola en sus brazos) Vieja, revieja, requetevieja. Madre: Tu padre sí que me llevaba. Eso es buena casta. Sangre. Tu abuelo dejó a un hijo en cada esquina. Eso me gusta. Los hombres, hombres, el trigo, trigo. Novio: ¿Y yo, madre? Madre: ¿Tú, qué? Novio: ¿Necesito decírselo otra vez? Madre: (Seria)¡Ah! Novio: ¿Es que le parece mal? Madre: No Novio: ¿Entonces…? Madre: No lo sé yo misma. Así, de pronto, siempre me sorprende. Yo sé que la muchacha es buena. ¿Verdad que sí? Modosa. Trabajadora. Amasa su pan y cose sus faldas, y siento, sin embargo, cuando la nombro, como si me dieran una pedrada en la frente. Novio: Tonterías. Madre: Más que tonterías. Es que me quedo sola. Ya no me queda más que tú, y siento que te vayas. Novio: Pero usted vendrá con nosotros. Madre: No. Yo no puedo dejar aquí solos a tu padre y a tu hermano. Tengo que ir todas las mañanas, y si me voy es fácil que muera uno de los Felix, uno de la familia de los matadores, y lo entierren al lado. ¡Y eso sí que no! ¡Ca! ¡Eso sí que no! Porque con las uñas los desentierro y yo sola los machaco contra la tapia. Novio: (Fuerte) Vuelta otra vez. Madre: Perdóname. (Pausa) ¿Cuánto tiempo llevas en relaciones? Novio: Tres años. Ya pude comprar la viña. Madre: Tres años. Ella tuvo un novio, ¿no? Novio: No sé. Creo que no. Las muchachas tienen que mirar con quien se casan. Madre: Sí. Yo no miré a nadie. Miré a tu padre, y cuando lo mataron miré a la pared de enfrente. Una mujer con un hombre, y ya está. Novio: Usted sabe que mi novia es buena. Madre: No lo dudo. De todos modos, siento no saber cómo fue su madre. Novio: ¿Qué más da? Madre: (Mirándole) Hijo. Novio: ¿Qué quiere usted? Madre: ¡Que es verdad! ¡Que tienes razón! ¿Cuándo quieres que la pida? Novio: (Alegre) ¿Le parece bien el domingo? Madre: (Seria) Le llevaré los pendientes de azófar, que son antiguos, y tú le compras… Novio: Usted entiende más… Madre: Le compras unas medias caladas, y para ti dos trajes… ¡Tres! ¡No te tengo más que a tí! Novio: Me voy. Mañana iré a verla. Madre: Sí, sí; y a ver si me alegras con seis nietos, o lo que te dé la gana, ya que tu padre no tuvo lugar de hacérmelos a mí. Novio: El primero para usted. Madre: Sí, pero que haya niñas. Que yo quiero bordar y hacer encaje y estar tranquila. Novio: Estoy seguro que usted querrá a mi novia. Madre: La querré. (Se dirige a besarlo y reacciona) Anda, ya estás muy grande para besos. Se los das a tu mujer. (Pausa. Aparte) Cuando lo sea. Novio: Me voy. Madre: Que caves bien la parte del molinillo, que la tienes descuidada. Novio: ¡Lo dicho! Madre: Anda con Dios. (Vase el novio. La madre queda sentada de espaldas a la puerta. Aparece en la puerta una vecina vestida de color oscuro, con pañuelo a la cabeza.) Madre: Pasa. Vecina: ¿Cómo estás? Madre: Ya ves. Vecina: Yo bajé a la tienda y vine a verte. ¡Vivimos tan lejos…! Madre: Hace veinte años que no he subido a lo alto de la calle. Vecina: Tú estas bien. Madre: ¿Lo crees? Vecina: Las cosas pasan. Hace dos días trajeron al hijo de mi vecina con los dos brazos cortados por la máquina. (Se sienta.) Madre: ¿A Rafael? Vecina: Sí. Y allí lo tienes. Muchas veces pienso que tu hijo y el mío están mejor donde están, dormidos, descansando, que no expuestos a quedarse inútiles. Madre: Calla. Todo eso son invenciones, pero no consuelos. Vecina: ¡Ay! Madre: ¡Ay! (Pausa) Vecina: (Triste) ¿Y tu hijo? Madre: Salió. Vecina: ¡Al fin compró la viña! Madre: Tuvo suerte. Vecina: Ahora se casará. Madre: (Como despertando y acercando su silla a la silla de la vecina.) Oye. Vecina: (En plan confidencial) Dime. Madre: ¿Tú conoces a la novia de mi hijo? Vecina: ¡Buena muchacha! Madre: Sí, pero… Vecina: Pero quien la conozca a fondo no hay nadie. Vive sola con su padre allí, tan lejos, a diez leguas de la casa más cerca. Pero es buena. Acostumbrada a la soledad. Madre: ¿Y su madre? Vecina: A su madre la conocí. Hermosa. Le relucía la cara como un santo; pero a mí no me gustó nunca. No quería a su marido. Madre: (Fuerte) Pero ¡cuántas cosas sabéis las gentes! Vecina: Perdona. No quisiera ofender; pero es verdad. Ahora, si fue decente o no, nadie lo dijo. De esto no se ha hablado. Ella era orgullosa. Madre: ¡Siempre igual! Vecina: Tú me preguntaste. Madre: Es que quisiera que ni a la viva ni a la muerte las conociera nadie. Que fueran como dos cardos, que ninguna persona los nombra y pinchan si llega el momento. Vecina: Tienes razón. Tu hijo vale mucho. Madre: Vale. Por eso lo cuido. A mí me habían dicho que la muchacha tuvo novio hace tiempo. Vecina: Tendría ella quince años. Él se casó ya hace dos años con una prima de ella, por cierto. Nadie se acuerda del noviazgo. Madre: ¿Cómo te acuerdas tú? Vecina: ¡Me haces unas preguntas…! Madre: A cada uno le gusta enterarse de lo que le duele. ¿Quién fue el novio? Vecina: Leonardo. Madre: ¿Qué Leonardo? Vecina: Leonardo, el de los Félix. Madre: (Levantándose) ¡De los Félix! Vecina: Mujer, ¿qué culpa tiene Leonardo de nada? Él tenía ocho años cuando las cuestiones. Madre: Es verdad… Pero oigo eso de Félix y es lo mismo (entre dientes) Félix que llenárseme de cieno la boca (escupe), y tengo que escupir, tengo que escupir por no matar. Vecina: Repórtate. ¿Qué sacas con eso? Madre: Nada. Pero tú lo comprendes. Vecina: No te opongas a la felicidad de tu hijo. No le digas nada. Tú estás vieja. Yo, también. A ti y a mí nos toca callar. Madre: No le diré nada. Vecina: (Besándola) Nada. Madre: (Serena) ¡Las cosas…! Vecina: Me voy, que pronto llegará mi gente del campo. Madre: ¿Has visto qué día de calor? Vecina: Iban negros los chiquillos que llevan el agua a los segadores. Adiós, mujer. Madre: Adiós. (Se dirige a la puerta de la izquierda. En medio del camino se detiene y lentamente se santigua.) |
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